¿Quién tan tarde cabalga en la ventosa noche? Un padre con su hijo, a lomos del corcel bien cogido lo lleva en sus brazos, seguro y caliente al recaudo de su regazo fiel. -Hijo mío, por qué escondes así triste tu rostro? -¿Es que el rey de los silfos, oh padre, tú no ves? ¿De los silfos el rey con su corona y manto? -¡Es la bruma, hijo mio, quien eso te hace ver! ¡Oh lindo niño, anda, ven conmigo ligero! Verás que alegres juegos allí te enseñaré ¡y qué flores tan raras en mi orilla florecen, y qué doradas vestes mi madre sabe hacer! -Padre mío, padre mío, ¿no oyes tú las promesas con que el rey de los silfos me pretende atraer? -No hagas caso, hijo mío, que es el cierzo que agita de la agostada fronda del bosque la aridez. -Lindo niño, ¿no quieres venir a mi palacio? Te aguardan mis hermosas hijas bajo el dintel. Por turno en la alta noche arrullarán tu sueño y sus danzas y cantos sabrán entretejer. -Padre mío, padre mío, ¿no ves allá en la sombra las hijas del monarca bellas resplandecer? -Hijo mío, no hagas caso, es la vaga espesura; no hay nada sino eso, que lo distingo bien. -Lindo niño, me encanta tu belleza divina; si no de grado vienes, la fuerza emplearé, -¡Padre mío, padre mío, mira cómo me coge; daño me hacen sus manos; padre, defiéndeme! Siente temor el padre y su bridón aguija; contra su pecho aprieta al lloroso doncel; de su casona el atrio por fin alcanzar logra. Mira, y muerto al instante entre sus brazos ve. |
jueves, 19 de diciembre de 2013
Johann Wolfgang von Goethe: El rey de los silfos
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